Una joya de la Literatura Taurina : JC.Arévalo
“Si no hubiera existido la capa española no existiría el arte de torear ni la lidia en su actual concepto” Robert Ryan
Advertencia: esta sección no tiene en cuenta la actualidad editorial. No importan las “novedades”, salvo que importen. Sí interesan los títulos fundamentales con los que el aficionado debe disfrutar la cultura taurina.
La edición que tengo de este libro, publicado por Guillermo Blázquez, data del año 1996. Creo que hay otra, de Alianza Editorial. Ambas son asequibles. Yo las he encontrado en la Librería Rodríguez, en la Plaza de Las Ventas. También se pueden adquirir en Amazon.
Un misterio: Robert Ryan es norteamericano, de origen irlandés. Creo que nació en Los Ángeles. Le conocí y traté en los años 90. Ilustró y enriqueció mi libro “Las Tauromaquias y el Misterio Taurino”. Hace más de veinte años que no le trato. Ahora, al leer su deslumbrante libro, “El toreo de capa”, me he planteado si Robert Ryan, matador de toros y pintor, discípulo del gran Pepe Ortíz, de nacionalidad norteamericana y raza irlandesa, es en realidad español. Sinceramente, no he leído un solo libro taurino que me haya hecho sentir el arte de torear como, poéticamente, lo logra la prosa de Ryan. Sus palabras, embriagadas de sentimiento y plenas de pensamiento, se deslizan con el temple gitano de las verónicas paulinas o la parada movilidad de un quite ortizino. Por supuesto, nadie ha descrito la entraña del toreo con tanta hondura. Es imposible, para quien no ha toreado, sentir la íntima relación del artista con su instrumento. Cómo el contacto de las manos con la suave tela de la capa apacigua el miedo previo, devuelve al torero su pálpito protector. El reconocimiento que fluye entre la seda y su destreza, ese nexo de unión que hace del engaño algo más que una herramienta, mucho más que una prótesis, le devuelven al torero, antes de que suene el clarín, saber quién es, cómo es, cuál es su torería.
A partir de esta sutil intimidad, Roberto nos introduce en el secreto de la capa. Desde la sabiduría del licenciado de Falces y las mágicas muñecas de Costillares hasta el último gran intérprete del arte de torear, esté citado o no en su libro, Y así, de la mano del torero, vivimos la genial andadura de una prenda que dejó de ser vestido para convertirse en obra de arte. Desde su origen protector, primero para quien la usa; después inventora del quite para el jinete, el varilarguero o el picador; luego, bregadora, instructora del toro, forjadora de la embestida. Y finalmente, nos descubre que en la capa está el alma del artista, creadora primera del arte de torear. En suma, toda la evolución del toreo se puede seguir a través del estudio de Ryan sobre las suertes ejecutadas con la capa.
La gran lección: Como no podía ser de otra manera, el libro se divide en tres, el número mítico de la tauromaquia: tres tercios: varas, banderillas, muleta y muerte; tres terrenos: adentros, medios y platillo; tres matadores, tres cuadrillas, tres banderilleros, inicialmente tres picadores; ; tres tercios del fenotipo del toro, delantero, medio y tarsero; seis toros (o sea, tres y tres) y para postre, tres pacientes avisos.
Pues bien, los tres tercios en que se divide la lidia de este libro son apoteósicos, no como los tres tercios de la lidia habitual de nuestros días, burocráticos servidores los dos primeros del último. El primero, “Abrirse de capa” se titula, resulta tan corto como intenso. Es un profundo ensayo, introductorio pero completo. Yo lo titularía, Primer libro. El segundo libro, mucho más extenso, abarca todas las suertes. De la primera a la última, desde las huellas lejanas que precedieron al repertorio capotero hasta las últimas creaciones del clamoroso acervo del toreo mexicano, desde la función en la lidia de todos los lances al sentido profundo que los inspira, desde la invención caprichosa hasta el toreo necesario, desde la verónica esencial, que comprende todo el toreo, a la larga cambiada a porta gayola, en la que la emoción perdona siempre su azarosa ejecución. Y el tercer libro, tan bello como los dos primeros, padece las mismas mermas que la antigua faena de muleta, es corto. Bueno, pero corto. Yo le pediría al autor, al menos un tratado de la verónica a través los grandes intérpretes del siglo XX y XXI. Si se decidiera a una nueva edición aumentada.
Lo dicho, este Libro del Mes es un libro de toda la vida de un torero, de un pintor (su pluma ilustra todas las suertes)… y de un gran escritor taurino. El mejor que yo he leído.
Matatoros medieval,
Recreado por Robert Ryan a partir de la imagen de un cantoral del Monasterio de Guadalupe
(Tomado del Cossío, Tomo IV, El toreo, Espasa 2007, p. 1
El toreo de capa según Robert Ryan: Álvaro Martínez-Novillo
La obra reciente de Robert Ryan tanto en pintura como en dibujo es fruto de un momento de madurez en su arte. Y quiero explicar porque consideramos que este artista ha llegado a la categoría de maestro, lo cual no es, por nuestra parte una afirmación gratuita ni tópica. Se cumplen ahora diez años de la aparición del libro El toreo de capa de Robert Ryan. Creemos que este libro marca un hito en la bibliografía taurina, porque no se parece realmente a ningun otro. En todo caso sería una especie de culminación de la clásica tauromaquia o el arte de torear de Pepe Illo, aparecida en época de Goya.
Con unos textos inspirados y sobrios, acompañados de unas preciosas viñetas suyas a linea que son una verdadera delicia para los ojos y también un anticipio del sesgo que estaba tomando su obra plástica. Por este camino Robert Ryan ha llegado a un momento de plenitud. Consideramos que su trazo, preciso y elegante, es uno de sus mejores hallazgos por lo que significa de concisión y de destierro de elementos superfluos. Sus dibujos y sus pinturas a línea nos ponen en contacto con el misterio de la lidia, retratando sólo lo esencial y sugiriéndonos el resto.
El otro gran tema que nos muestra ahora Robert es el que tiene como protagonista al traje de luces, únicamente al vestido de torear, sin cuerpo que arrope, pero con un valor evocador extraordinario. Retratar la cogida de un torero por un traje tendido en el suelo y tenga vida propia, representa un verdadero hallazgo, que tiene resonancias profundamente surrealistas.